sábado, 29 de marzo de 2014

III El camino (2 parte de 2)

— Levántate muy despacio rubita, no hagas ni un movimiento sospechoso o te quedas sin cabellera aquí mismo. — la voz sonaba temblorosa, asustada.

— No voy a hacerle daño — en su interior sonaba mas firme, no quería hacerle daño pero si tenía que hacerle frente lo haría. — Voy hacia el aeropuerto, solo estaba parando para descansar unos segundos — ya se había incorporado por completo e instintivamente levantó las manos.

— ¿Al aeropuerto? Debes estar loca, hay un largo camino hasta allí. — su tono era ahora de absoluta incertidumbre — Ahora date la vuelta muy despacio.

Silvia hizo lo que el hombre armado le pedía, se dio la vuelta lentamente con las manos aún hacia arriba hasta que pudo verle por completo, tendría unos cuarenta años, su barba era muy poblada al contrario que su pelo, tenia una pequeña mata de pelo en el centro y los lados de la cabeza con dos grandes entradas en la frente que le dejaba solo un pequeño camino de pelo que llegaba hasta la frente, iba vestido con un chándal que había pasado por tiempos mejores y con una sudadera roja con capucha, el arma que empuñaba era de perdigones, lo sabía por que las había visto en su pueblo, ese arma seguramente había dejado a ese cadáver en el coche que vio antes.

El hombre echó un vistazo a Silvia y la cacheo meticulosamente, demasiado meticulosamente habría dicho su prometido. Le quitó la hacha y se la guardó en su propio cinturón, luego bajó el arma y mostró detrás de su gran barba una pequeña sonrisa.

— No necesitarás esto ahora mismo. Ven a descansar a mi casa un poco, luego podrás retomar tu camino y te devolveré tu arma. — algo en su voz hizo a Silvia confiar brevemente en el pero se obligó a no hacerlo, le siguió ya que realmente necesitaba ese descanso, y quizá se equivocaba pero no parecía que no pudiese defenderse contra ese hombre que apenas medía lo mismo que ella.

Le siguió por el camino que ella había querido evitar, el que giraba a la derecha después de la parada del autobús. El hombre abrió una pesada puerta que se deslizó hacia su derecha hasta abrirse por completo, luego la cerró, echó un último vistazo a la carretera e instó a Silvia a seguir hacia delante. Entró entonces a una mini calle de unos 20 metros que tenia chalets adosados a los dos lados de esta, todas las puertas estaban abiertas a excepción de una.

— Todos se fueron en cuanto empezó todo, hicieron las maletas y se largaron. Como si fuesen a estar más seguros allá donde estén, probablemente ya hallan muerto todos. Nunca me llevé demasiado bien con ninguno, mi mujer y yo decidimos quedarnos en este sitio tenemos barreras para pararlos, bastantes suministros y una amplia vista del terreno desde las terrazas, nos pareció la mejor idea así que nos quedamos los tres, mi mujer mi hijo y yo. Por cierto, mi nombre es Rafael. — habían llegado a la puerta cerrada, saco una llave y abrió la puerta.

Una vez dentro la casa estaba bastante desordenada pero dentro de lo que cabía parecía limpia y lo más importante, segura.

— Puedes sentarte en ese sofá de ahí, voy a traerte algo de beber. — Dejó la habitación y desapareció escaleras abajo. Escuchó ruidos de cajas moviéndose y le volvió a ver aparecer por la escalera con dos latas de refresco de cola. — Tengo reservas de estas para media vida, siempre fui un poco adicto a esta mierda y creo que es una ocasión especial para celebrar, tengo una visita. — Le pasó la lata y las abrieron, dio un par de sorbos y se sentó en el sillón de al lado del sofá. — Así que al aeropuerto, ¿para qué quieres llegar hasta allí? — dio otro sorbo a la lata.

— La última vez que tuve noticias de mi prometido estaba allí, — se vio obligada a mentir, no quería que más gente quisiese salir de la ciudad en el caso de que el avión despegase. — así que quiero empezar a buscarle por allí, hace semanas que no se nada de el, y ¿que hay de tu mujer y tu hijo? — no parecía haber hecho la respuesta adecuada ya que Rafael puso una profunda cara de tristeza — perdón, yo no quise...

— No, no pasa nada... Cuando todo empezó decidimos quedarnos aquí ya que lo veíamos más seguro que cualquier otro lugar pero mi mujer se empeñó en que teníamos que traer a unos familiares suyos que viven cerca, el problema es que sus familiares no accederían a venir conmigo, y no podíamos ir los tres, alguien tenía que cuidar de nuestro pequeño así que tras mucho discutir acabó yendo ella sola, mi hijo de seis años se empecinó en que el quería ir a ver a la abuela... Obviamente no se lo permitimos, cuando mi mujer salió en el coche tuve que abrirle manualmente la puerta del garaje y cuando volví a casa subí a su habitación para explicarle el por que no había podido ir, mi sorpresa fue cuando ví que el no estaba, le busqué por todas partes de la casa, en cada rincón y cuando me di cuenta ya era tarde, de alguna manera ese niño tan inteligente mío se las había ingeniado para subir al coche sin que lo notásemos. Y eso fue hace dos días. — Una lágrima empezó a caer y se perdió en su espesa barba. — Ahora no se ni si quiera si siguen con vida. — Finalmente comenzó a llorar tapándose los ojos con sus manos.

— Puede que llegasen bien y que ahora estén aguantando allí, que se hayan quedado rodeados por esas cosas. — La verdad es que no tenía la seguridad que estaba mostrando, más bien lo hacía por reconfortar a ese hombre destrozado.

— He intentado ir muchas veces pero hay demasiadas de esas cosas para pasar yo solo. — dejó de llorar y levantó su vista hacia Silvia. — ¿Me ayudarías a llegar? Quizá entre los dos si podamos conseguirlo.

Silvia se encontraba en un apuro, no sabía que hacer, si iba con él tendría que pasar por el pueblo y enfrentarse a algunos de esos monstruos. Si decidía seguir por su cuenta también puede que no encontrase otra manera de cruzar el pueblo.

— Al fin y al cabo mi objetivo está hacia esa dirección así que si, te ayudaré a encontrar a tu familia — Silvia sabía que era muy poco probable encontrarles con vida, pero ese hombre la ayudaría a cruzar el pueblo, quizá ella sola no habría podido enfrentarse a uno de esos monstruos que ansiaban su carne, se echaría a temblar y la acabarían devorando, no quería eso, quería vivir como también quería llegar a ese aeropuerto así como volver a ver a su prometido.

— Muchas gracias de veras, te ayudaré a cruzar el pueblo una vez hayamos encontrado a mi familia. Te lo prometo. — Su cara había adoptado una expresión de falsas esperanzas. Ambos sabían que no había demasiadas posibilidades de encontrarlos y mucho menos con vida, pero ese hombre necesitaba un atisbo de esperanza aunque fuese totalmente infundada. — Por cierto, ¿cual es tu nombre rubita?

—Silvia, me llamo Silvia.

El sol hacía rato que había dejado de proporcionar luz útil así que decidieron esperar a la primera luz del alba para partir. Dormirían esa noche a salvo, seguros, calientes y refugiados. Silvia durmió en el dormitorio principal que amablemente Rafael le cedió mientras el descansaría en la habitación de invitados.

Hacía cuentas mentalmente sobre cuantas horas le quedaban para su vuelo, no tenía reloj pero cuando llegase la mañana del día siguiente solo faltarían 18 horas, seguiría siendo suficientemente si no se demorase demasiado tiempo en la búsqueda de la familia, esperaba que todo fuese bien, no quería tener que dejar a ese hombre triste y desolado sin haber encontrado a su familia, la perseguiría durante el resto de su vida esa angustia. Su mente estaba plagada de pensamientos y preocupaciones pero el cansancio y la comodidad de esa comodisima cama de látex la hicieron caer rendida a los brazos de morfeo en un santiamén, mientras que ahí fuera, en la oscuridad de la noche cientos de muertos vivientes plagaban ciudades, países y el mundo entero.

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